Cómo cambian las cosas

Allá por mayo del 2002 empecé a montar bicicleta de nuevo, y recuerdo el sufrimiento que pase en las primeras recreativas, como Zurquí 2002 y el ride de Cuidad Colón a Atenas que organizaba Quirós.
En este último el martirio fue doble, en camiseta de algodón, con mis tenis y un casco prestado, la licra bajo la pantaloneta porque me daba vergüenza que me viera rellenito... bueno, pasado de peso, y tomándome el agua que llevaba yo, el agua que llevaba mi compañero de pedaleo y el agua (1.5 litros) que llevaba mi cuñado en el carro de apoyo.
Luego pasamos al 2003, específicamente en Arenal, en dónde volví a tragar agua como si fuera una generadora hidroeléctrica, al punto que al llegar al Castillo no quería ver más agua porque me vomitaba del asco. Y ni hablar de La Soledad 2003, la primera carrera en la que participaba y que logré finalizar aunque al llegar me desconecté del mundo y dormí de las 4 pm del sábado hasta las 6 am del domingo.
Si he de decir que el factor común ha sido la satisfacción y la alegría de llegar al final del recorrido, ese sentimiento que no se puede describir, que hay que sentir uno mismo al terminar algo que requiere que uno se esfuerce un poquito más de lo normal. El sentimiento de hacer algo por pasión, a sabiendas de que uno tiene la opción de decir "Ya no quiero más, voy a esperar el carro escoba y de ahora en adelante me quedo en mi sillón viendo los partidos".

Hace unas dos semanas con un amigo subimos por un lugar que llaman Musgo Verde, una calle de lastre que pasa por zonas muy hermosas pero que es 100% ascenso, pero que logré subir aunque tenía que parar de vez en cuando para bajar el ritmo cardiaco, o más bien bajar el corazón de la garganta y que se asentara de nuevo en dónde le correspondía. La diferencia era que iba pensando en esos inicios en la bici, y pensando además que uno ni se imagina lo que puede lograr con un poco de esfuerzo y amor por las cosas que hace.